Esta hermosa ciudad que hoy con tanta calidez nos acoge y que, inicialmente, fuera bautizada como “Santa Fe de Bogotá”, nacía al mundo en el mismo mes y tan solo un año después de la fundación de su hermana del sur, “Nuestra Señora Santa María de la Asunción”, capital de mi país.
Ambas supieron ser cabeceras de sus naciones, Colombia y Paraguay; crecieron y se desarrollaron en la misma comunidad, pero en distintos vecindarios; enlazadas por sus pertenencias y un común destino, pero con circunstancias y vivencias diferentes.
Pese a todo ello, nunca olvidaron su hermandad y pertenencia, tanto así que, en los momentos más sombríos de mi patria, cuando los acontecimientos presagiaban hasta incluso la eventualidad de su extinción, fue la hermana República de Colombia, de las primeras naciones que levantarían de manera estentórea su voz en el escenario internacional, para expresar su simpatía y apoyo a la causa paraguaya durante la Guerra de la Triple Alianza.
En 1869, la Cámara de Representantes de este país suscribió una declaración de apoyo al Paraguay, y en 1870 expidió un Decreto que se constituyó en un símbolo del acercamiento entre ambos países, al declarar su admiración por la heroica gesta del pueblo paraguayo; participar del dolor por la muerte del Mariscal Francisco Solano López; y expresar que: “Si por efecto de la guerra, el Paraguay desapareciera como Nación, ningún paraguayo sería paria en América; con solo pisar tierra colombiana, en caso de producirse, gozaría en forma automática de los privilegios, facultades, prerrogativas y derechos colombianos, es decir que de perderse la nacionalidad paraguaya, serían automáticamente colombianos”.
Demás está decir que, el pueblo paraguayo nunca olvidará un gesto como el precedente; un testimonio de hermandad que no es cosa del pasado, sino paradigma de notable vitalidad y vigencia, que preside y que jalona la historia de encuentros y coincidencias entre colombianos y paraguayos. Reza el refrán que, en los momentos más difíciles de la vida es cuando se conoce a los verdaderos amigos; y Colombia ha dado muestras inequívocas de esa condición y lo sigue haciendo.
La más reciente, se ha dado a consecuencia de lo ocurrido el 10 de mayo de 2022, cuando el crimen trasnacional siguió y acechó al Fiscal paraguayo; especializado contra el crimen organizado, narcotráfico, lavado de dinero y financiamiento del terrorismo; Marcelo Daniel Pecci Albertini; hasta una Playa de la Península de Barú, en Colombia; para asesinarlo, de manera salvaje.
Este verdadero magnicidio de un destacado representante de la justicia paraguaya, que se había ganado la admiración de propios y extraños por su profesionalidad, probidad y compromiso para llevar adelante los más sonados, difíciles y delicados procesos de su especialidad, causó un profundo y doloroso impacto en la sociedad de mi país, que de manera espontánea se fusionó en un unánime clamor de justicia.
Y una vez más, como en el pasado, y como en tantas otras recientes ocasiones, este clamor fue oído en la distancia; y el Estado colombiano dijo presente. Dos prestigiosas instituciones de esta hermana República, la Policía Nacional y la Fiscalía General de la Nación, se calzaron los guantes y asumieron el desafío de esclarecer y aprehender a los responsables del cobarde asesinato del Fiscal Marcelo Pecci.
Esta es la causa de mi presencia, hoy, aquí, con ustedes; y por la que estamos realizando el presente acto. Realmente conmueve constatar la determinación con la que la Policía y la Fiscalía han trabajado para alcanzar los antedichos propósitos, con tal empeño, profesionalismo y verdadero compromiso, que sus positivos y auspiciosos resultados no se han hecho esperar, y han concitado la admiración y gratitud de mis compatriotas, por lo que el Gobierno paraguayo ha resuelto conferir a la Policía Nacional de Colombia y a la Fiscalía General de esta Nación, la Condecoración de la Orden Nacional del Mérito, Don José Falcón.
Esta condecoración, que lleva el nombre de un ilustre hombre de leyes, internacionalista y Canciller de mi país; que supo defender, en horas difíciles, algunos de sus más sensibles y trascendentales derechos en los estrados internacionales; es otorgada a aquellas personas e instituciones merecedoras de la gratitud nacional, por extraordinarios y excepcionales servicios prestados a la patria.
La vida de los hombres públicos presenta a veces momentos memorables. El que me toca vivir hoy, sin dudas, reviste la impronta de esa trascendencia. Me siento profundamente emocionado, por cuanto mi Gobierno me ha encargado la honrosa misión de hacer entrega de esta distinción, que como dijera, reconoce los altos méritos de toda la notable labor que incansablemente han desarrollado la Policía Nacional de Colombia y la Fiscalía General de la Nación, para que se pueda hacer justicia, con el esclarecimiento y la aprehensión de los responsables de este luctuoso suceso.
La entrega de esta presea representa, asimismo, la reafirmación y el reconocimiento al valor de la cooperación bilateral y multilateral; en este caso concreto, entre las instituciones colombianas y paraguayas; como necesaria e insustituible herramienta para un eficaz combate al crimen transnacional que, como terrible peste, contamina, aflige y lastima a nuestras sociedades.
Esta condecoración, constituye también un reconocimiento a la amistad entre nuestras naciones. Como sabemos, la gratitud es la memoria del corazón; y es así como desearía que fuera recibida, como un sentido testimonio de gratitud de parte de nosotros los colombianos del sur, a todos ustedes nuestros hermanos paraguayos del norte, por mantener inalterable aquella Declaración legislativa de 1869 y la Ley 78 del año 70, demostrando con hechos concretos la vigencia plena de su letra y de su espíritu.
Muchas gracias.